martes, 13 de agosto de 2013

El mundo girando a 33 rpm, de nuevo.

Después de más o menos un par de décadas en la obscuridad, los vinilos (o discos de acetato, LP's, o como se les prefiera llamar) están regresando al mercado. ¿Pero es realmente algo que valga la pena rescatar? Este debate me he inspirado mucho desde hace unos días y quería venir para dejar mis impresiones alrededor de algunos mitos y verdades sobre este tema, siendo yo un "nuevo" consumidor de este formato.

A mí me tocó llegar hasta aquí con tan sólo el recuerdo de los casetes y los viejos discos de acetato que había en casa, frágiles y enormes y que siempre hacían ruido al reproducirse, llenos de rayones por el maltrato. De niño me tocó ver la transición de estos discos al CD, el nuevo formato que ya no llevaba esos molestos clics y pops de una aguja sobre sí (¡qué caros son los nuevos discos, pero qué bien se oyen!), un formato más pequeño y práctico para llevarse a cualquier lado; casi no había piratería en ese entonces o la gente se limitaba a seguir grabando sus copias caseras y mixtapes en casetes; luego los Discman, ya no los Walkman porque también la cinta comenzaba a quedarse atrás con sus defectos y fragilidades. Después vinieron los quemadores y el MP3, un formato que se iba tan bien con las conexiones tan lentas a internet: teníamos que esperar 15 o 20 minutos para descargar una canción de Napster, KaaZa (después Ares), Audiogalaxy, iMesh, Limewire o Soulseek. Parecía obsceno que algún amigo tuviera ya conexión por cable y así podíamos bajar las canciones en dos minutos, o hasta un video y después grabarlos en un CD. El MP3 con calidad de 128kbps era suficiente para nosotros, llenábamos los discos y los llevábamos a casa.

Así conocí mucha música y no lo pudiera haber hecho de otra forma con las condiciones tan restrictivas que había (o hay) en nuestro país: conectividad muy cara y discos muy caros, así fue como nos recomendábamos música entre amigos y la industria seguía creciendo: vinieron los iPods, conexiones más rápidas; en México la compra de música por Internet aún era un rumor y la gente no era tan atrevida como para poner los datos de su tarjeta de crédito para comprar música –para qué lo compro si lo puedo descargar gratis en alguna parte–. También con toda esta libertad aprendí como autodidacta lo poco que sé de ingeniería de sonido: aprendí a grabar mis propias canciones en una computadora sin llegar a una interfaz de audio hasta unos años más tarde, entendí los conceptos básicos de grabación: formatos, frecuencias, ecualizadores, compresión, etc., se vino la industria independiente, el DIY y ahora todo estaba al alcance de todos. Eso, todo al alcance de todos y ahora no costaba trabajo conseguirnos la canción o el álbum que quisiéramos, cosa de saber buscar y voilà!, ahí lo tienes en tu disco duro para descargarlo a tu reproductor portátil junto con otras mil o dos mil canciones cual carnicería, incluso canciones que no nos gustaran o que jamás escucharíamos. Puedo decir que de esta forma fue como se prostituyó la música y la industria no nos ayudaba en lo absoluto, vendiendo discos más caros y buscando maneras absurdas para terminar con la piratería en vez de buscar adaptarse al nuevo entorno; nos trajeron una guerra del volumen que sólo nos hizo creer a los consumidores que la nueva tecnología hacía sonar los clásicos cada vez mejor, y así lanzaban versiones remasterizadas de la música de siempre una tras otra vez y luego otra, cada vez con el volumen más alto, asesinando frecuencias sin piedad con tal de vender y estropeando el sonido original, aquel que alguna vez se hizo con el mayor de los cuidados por grandes productores y que fuera parte del éxito de enormes obras musicales.

En este punto un día entablé conversación con un amigo de confianza, ingeniero de sonido, y me dijo que los discos de acetato conservaban mejor el rango de frecuencias de una canción, siendo así estos de mayor calidad. La explicación me pareció que tenía sentido pero hasta este punto, yo no me decidí a buscarme un tocadiscos. Esto fue algo que estuve aplazando durante un buen tiempo, siempre había gastos con mayor prioridad y no le veía mucho sentido a comprarme un tocadiscos si no tenía un sistema de audio que valiera la pena en el que alcanzara a distinguir esa calidad que haría la diferencia. Después de un tiempo me pude comprar unos monitores para mi equipo de grabación casero y casi a la par, mi novia me regaló mi primer tocadiscos junto con una copia del For My Parents de MONO; si hay algún disco que merecía la pena ser escuchado con unas buenas bocinas y la mayor fidelidad posible, éste álbum era el indicado. La experiencia fue tan grandiosa como indescriptible: un sonido claro y muy cálido.

Para mí todo esto tenía mucho sentido, ahora que iba entendiendo cómo funcionaba el audio, del cómo es inevitable una pérdida al convertir una señal analógica a una digital. Ahora viene la pregunta, ¿qué tanto vale la pena recuperar esta pérdida? Vamos siendo sinceros, hay un nivel en el que el oído humano ya no es capaz de distinguir diferencias en el sonido cuando éstas son muy mínimas. Aquí, hablando en aspectos técnicos, entran en juego diversas variables del audio digital como son la profundidad de bits y la frecuencia de muestreo. En términos más comprensibles, no es lo mismo escuchar el audio de un CD original que un MP3 de 128kbps. No es complicado escuchar algunos ligeros "scratches" que se escuchan a esta resolución. Por otro lado, nos meteremos en problemas si queremos escucharle sus defectos a un MP3 de 320kbps (claro, siempre y cuando haya sido realizado a partir de una fuente original). Para esto vinieron los formatos FLAC y demás formatos lossless quality, los cuales emplean una compresión menos agresiva que el MP3 pero conservan más la calidad del audio original. Por otra parte, tampoco hay que confundirnos: el CD sólo es un medio de almacenamiento con una frecuencia de muestreo estandarizada y sigue teniendo sus ventajas sobre el vinilo (no podríamos concebir un Discman para uso deportivo con discos de 12 pulgadas funcionando con una aguja).

La calidad del audio sigue siendo una variable que depende de la fuente de donde se obtiene el audio y como no todo es miel sobre hojuelas, una mala noticia para mí fue saber que hay algunos LP's que están siendo fabricados a partir de una fuente previamente digitalizada, según leí en un artículo muy interesante en Pitchfork, lo cual neutraliza esa autenticidad que esperaríamos al escuchar desde una fuente analógica. Otra desgracia con la que me he encontrado es que a veces la reprodución de discos nuevos y empaquetados se brinca, mientras que otros discos viejos y usados que me he conseguido (algunos con hasta casi 50 años de edad) se escuchan impecables a pesar de sus rayones propios de la edad. Esto me hace pensar que el proceso de fabricación, almacenamiento o transporte en los discos actuales es deficiente, una situación que deberá ser atendida por las casas productoras si quieren mantener este mercado tan creciente como ha sido hasta ahora.

¿Vale entonces la pena hacernos de un tocadiscos, o nos quedamos con la música de iTunes, Amazon, Bandcamp, torrents y otras fuentes de descarga digital? Bueno, la respuesta, querido lector, depende del significado que le quiera dar usted a la música. Si es de las personas que gustan de escuchar música sólo mientras conduce a su trabajo, mientras se ducha o hace la tarea de la escuela, puede ser suficiente y más práctico que se quede con el audio digital; es fácil de adquirir y sus oídos no extrañarán cualquier pérdida de calidad casi imperceptible en un buen MP3. Si es muy exigente con la calidad, hágase de unas cuantas canciones en formato FLAC y no se arrepentirá (pero en este caso no se le ocurra escuchar sus canciones en unos Beats by Dr. Dre o en sus bocinas para computadora casi desechables Logitech).

Siendo un consumidor que aprecia la música como un producto completo, quien guarda un mayor grado de apreciación en el arte (tanto visual como auditivo) gustará de hacerse de un buen tocadiscos y comenzar a construir su colección en la medida de lo permitido. Hay una experiencia que jamás podrá alcanzarse con el audio digital y que aún es pobre en el CD aunque se trate de un formato físico: tomar con sus propias manos la música, mirar el arte del álbum en un formato más grande y cercano, limpiarlo y ponerlo con delicadeza en el tocadiscos, salir a cazar un álbum deseado en tiendas donde pareciera imposible de encontrar. Un último factor que me gustaría mencionar que resultó clave en mi caso, es que habiendo tenido la oportunidad de componer y grabar un disco, sé lo complicado y el esfuerzo que conlleva realizar una producción discográfica, lo cual de alguna manera ha aumentado mi apreciación y admiración sobre los autores de mis fonogramas favoritos. En pocas palabras, si usted se considera melómano o gusta de darse un tiempo para escuchar con atención su música mientras se relaja en casa, el viejo LP le ofrecerá un buen medio para disfrutar de su música favorita.

Cualquier opinión o aportación respecto a este tema será siempre bienvenida en la sección de comentarios.

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